La vio en el supermercado, empujando un
carrito que iba llenando con los detalles que formaban su vida cotidiana.
Ana se paró en seco,
observándola, dispuesta a rehuirle la mirada aunque no existiese la posibilidad
de ser reconocida.
La otra mujer atravesaba las
calles envuelta en un aire de normalidad que ella, por un instante, llegó a
envidiar. Decidió seguirla, necesitaba descubrir la huella que la ausencia
había dejado en su vida… tenía que haber alguna… Si la vida de Ana se había
transformado, la de aquella mujer también había tenido cambios, nadie vive una
cosa así y sigue adelante como si no hubiera pasado nada.
La otra se paró junto a la
joven que ofrecía una degustación de quesos. Probó uno, dos, tres tipos
diferentes con un gesto de aprobación y deleite. Se chupó los dedos y sonrió.
Ana observó el gesto desde
la oferta de detergentes. A aquella mujer no le importaban las apariencias,
nunca se había preocupado por el qué dirán y eso marcaba una gran diferencia
entre ellas dos.
Caminó siguiéndola hasta la
calle de los lácteos. Leche de soja. Cuatro briks de leche de soja. Costumbre
adquirida, reminiscencia de un pasado que dolía.
Ana miró el contenido de su
propio carro. Dos briks de leche de vaca. Dos briks de leche de soja.
Recordatorio de un presente al que intentaba acostumbrarse.
Abandonó el supermercado y
al llegar a casa, la sonrisa de Rubén la recibió como todos los días desde
hacía un año. La balanza con los remordimientos, se equilibró una vez más con
el amor que sentía por aquel hombre.
_Hoy he visto a tu mujer,
sigue comprando leche de soja…